El Carmen 2009

Los Guaraneros nos disponemos a celebrar nuevamente nuestras fiestas patronales. Conmemoración que venimos renovando desde hace 31 años, como parroquia, para ponernos bajo el amparo de nuestra Madre María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. Aun cuando ya antes del decreto de nuestra parroquia, nuestra capilla ya estaba dedicada a su protección.

Origen de esta advocación
El Carmen deriva del Monte Carmelo, donde tuvieron lugar muchas manifestaciones de Dios a lo largo de toda la Historia de la Salvación.

El monte Carmelo, cuyo nombre significa “campo fértil” y su belleza pondera el Cantar de los cantares, está situado junto al mar Mediterráneo. En él transcurrió la vida del profeta Elías, quien en sus años jóvenes se dedicó a la prédica y la oración. Incitaba a los hombres a cambiar de vida y así, oyéndolo, en Palestina muchos se retiraron a dicho monte, donde vivieron apartados del mundo, haciendo penitencia.

Elías fue uno de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento, a quien todavía veneran los mahometanos con el nombre de El-Kader, que significa “siempre verde”. Este nombre lo recibió por no haber conocido las flaquezas de la vejez y, según la tradición, por no haber muerto. La historia bíblica refiere que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego, de donde vendrá -según la tradición judía- al fin de los tiempos para estimular al género humano a la penitencia y a la conversión (cf. 1 Re 18).

Por haber vuelto a caer en la apostasía, los judíos fueron castigados por Dios a través de Elías. Su oración cerró los cielos y durante tres años y medio la lluvia dejó de caer sobre la tierra. Una vez arrepentidos, Elías intercedió por ellos mediante la oración. Estando el profeta rezando en la cumbre del Carmelo, dijo a uno de sus discípulos: “Sube y mira hacia el mar”. Obedeció éste y al rato gritó: “No hay nada”. “Vuelve a mirar -dijo Elías- hasta siete veces”. Y la séptima vez dijo aquél: “Veo una pequeña nube, como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar”. Entonces los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y se descolgó una copiosa lluvia.

En esa nubecilla la tradición ha visto simbolizada a la inmaculada Virgen María, mediadora universal, especialmente bajo el título de Nuestra Señora del Carmen. Refiriéndose a ese suceso dice san Metodio, apóstol de los eslavos, quien vivió en el siglo IX: “Así como la nube se levanta del mar, blanca, grácil y ligera, sin llevar consigo la pesadez y amargura de las aguas, así María surge de la corrompida raza de los hombres, sin contraer ninguna de sus manchas”. Asimismo ese episodio de la vida del profeta Elías es como un antecedente remoto de la orden del monte Carmelo, fundada en 1156 por el cruzado Bertoldo, quien se retiró con diez compañeros a una cueva de la colina, para llevar vida de penitencia.

En dicha orden religiosa -que se considera descendiente de la escuela de profetas y ermitaños de Elías- iba a cristalizar y cobraría vigor la devoción que ya existía en la zona desde los primeros siglos del cristianismo.

Muchos fueron los que se retiraron a hacer penitencia en aquel monte, cuyas grutas penetran por todas partes las peñas de la montaña, pero los sectarios de Mahoma los persiguieron, hasta que los ejércitos de los cruzados en Tierra Santa aconsejaron a aquellos devotos que regresaran a Europa. En el siglo XIII algunos llegaron allí en compañía de san Luis, rey de Francia. Cerca de Marsella había una ermita y allí buscaron refugio muchos de ellos, hasta que los sorprendió la muerte; otros se embarcaron hacia Inglaterra. En 1226 el papa Honorio III aprobó la orden. En 1726 Benedicto XIII extendió su fiesta a la Iglesia universal.

Simón Stock, de nacionalidad inglesa y de padres nobles, se caracterizó desde pequeño por gustar de la soledad y la oración. A los doce años dejó las comodidades de su hogar paterno y la concavidad de un árbol le sirvió de celda. Partió Simón a Tierra Santa y en el monte Carmelo permaneció seis años, viviendo como penitente. Ya casi de veinte años, vistió el hábito del Carmelo y salió a predicar por los pueblos. De regreso a su patria, en 1245, se le nombró general de la orden.

Un día domingo, el 16 de julio de 1251, la Virgen le otorgó la gracia de su aparición. María le entregó un retazo de tela de lana, de color pardo, que tenía la abertura para pasar la cabeza y pendía delante del pecho y también por detrás de la espalda. Era un escapulario. Al hablarle, la Virgen le dijo que ésta es “una señal de predestinación y alianza de paz y pacto sempiterno; los que con él murieren, no padecerán el fuego eterno”.

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